La simbiosis entre el hormigón con su capacidad de resistir compresiones y el acero con su aptitud para tolerar tracciones y esfuerzos de corte, junto a la posibilidad de crear formas por moldeo, han hecho que el hormigón armado se haya impuesto en la mayoría de estructuras de edificios y obra civil.
Desde que en 1850 el jardinero Joseph Monier inventara el hormigón armado al hacer unas macetas con cemento y alambre y, luego, hacia 1890 se iniciara el estudio científico del comportamiento del hormigón armado, formulándose las primeras bases constructivas y de cálculo, hasta nuestros días, ha transcurrido un largo período que nos permite hacer balance de la durabilidad de este material.
En las primeras obras, tanto los arquitectos que empezaron a utilizarlo, Garnier y Perret, como luego los racionalistas de la Bauhaus y del movimiento moderno, singularmente Gropius, Le Corbusier y Aalto, supieron apreciar este material que les permitía crear y construir formas con una piedra artificial moldeable. En Norteamérica, se exploraron sus límites de resistentes en las estructuras de los rascacielos y los voladizos de Frank Lloyd Wright. En la obra civil, las aportaciones de Freyssinet con el pretensado o las estructuras laminares de Nervi, Torroja, Candela y Sánchez del Río alcanzaron esbelteces de una audacia desconocida, ya más recientemente, Niemeyer nos ha legado una obra de una belleza y equilibrio innegables.
Sin embargo, diversas circunstancias, han ido poniendo de manifiesto, que es más vulnerable de lo que sus pioneros pensaban.
Así la creciente contaminación de nuestro medio ambiente con la emisión de gases, transforma las características de acidez del hormigón y destruye la capa pasivante del acero de sus armaduras, por otro lado su propia estructura porosa lo hace permeable al agua y los gases, permitiendo la penetración de los cloruros de la atmósfera marina y de las aguas de escorrentías que producen la corrosión de las armaduras de acero, por último en contacto con aguas freáticas o tierras ricas en sulfatos, desarrolla compuestos expansivos que destruyen la estructura interna de la matriz del hormigón.
Estas agresiones, producen esencialmente dos alteraciones, fisuras y disgregaciones.
Las fisuras abren vías de acceso a agentes agresivos hacia las armaduras, acelerando la corrosión y reduciendo la resistencia del elemento estructural, se producen por la oxidación del acero de las armaduras el cual se expande pudiendo producir también eventuales desprendimientos de la capa de hormigón que las recubre, dada la escasa resistencia del mismo a la tracción. Las disgregaciones tienen su origen en la formación de sustancias expansivas en la matriz del hormigón y comienzan en la parte exterior más expuesta avanzando hacia el interior progresivamente.
Paralelamente a esta vulnerabilidad del hormigón, se han producido dos hechos que nos sitúan en el buen estado actual en el que nos encontramos en el campo de la reparación del hormigón armado y en las excelentes expectativas de durabilidad del mismo a nivel preventivo.
Por un lado, se ha conseguido una mayor durabilidad mediante la actualización de las normas de diseño que establecen medidas preventivas en el diseño de las estructuras y las formulaciones y por otro se ha aplicado a este campo, el avance de la tecnología de la industria química del cemento, pudiéndose hoy formular hormigones a medida de las necesidades de prestaciones y puesta en obra requeridas.